lunes, 30 de mayo de 2011

Y un día, abrió los ojos y lo llamé Sión

Me vio crecer; me vio transformarme en mí misma, y lo hizo permaneciendo a mi lado como pocos seres humanos han sabido o querido hacer, ofreciendo todo por nada.

Mientras, lo vi crecer; lo vi envejecer, y finalmente no pude evitar verlo morir.
El destino quiso que no olvidara la celebración de mis veinticuatro años, y que fuera ese el día elegido para borrar de mi vida a aquel pequeño gran ser que estuvo a mi lado durante diecisiete años.

Los meses pasaban, y seguía sintiendo una especie de vacío que sabía cómo, pero por alguna razón no quería llenar, hasta que de nuevo el destino, la suerte, o la mala suerte se cruzaron en mi camino; y desde debajo de un coche me miró.
Volví a casa sin poder olvidar su mirada suplicante ni su cara ensangrentada, y volví a por él.
En el veterinario me ofrecieron dos opciones; realizarle una operación de reconstrucción de la mandíbula, partida en 17 trozos, y extraerle uno de los ojos que estaba muy dañado, o poner fin a su vida. El coste de la operación era bastante alto pero no tuve valor para sacarlo de la calle y condenarlo por un puñado de euros, así pues acepté la operación, para que horas después me dijeran que no la había soportado. Tan solo me alivia el saber que murió sin dolor y apartado de la lluvia y el frio de aquel día. En realidad poco más pude haber hecho.

Pasó poco tiempo mas hasta que encontré un gato joven en la calle que parecía haber perdido a su dueño y quise llevarlo a casa, pero entre todos me convencieron de que el gato estaría bien en la zona en la que vivía. Al día siguiente lo encontré muerto en la calle de camino a casa.





Llegó a mi vida en una pequeña caja de zapatos.
Sus ojos cerrados no podían ver que estaba solo en el mundo, pero su cuerpecito si sentía la ausencia del calor de su madre junto a él.

Cuando vi aquella cosita con aspecto de rata que lloraba como un bebe y con el cordón umbilical todavía pegado a su cuerpo no pude reprimir las lágrimas. Lloré como llevaba tiempo sin hacerlo, pregunté con rabia por qué tenían que torturarme de esa manera, por qué me habían elegido a mí para ver morir a aquel pequeño gato desahuciado.

Luchando contra mi misma por tratar de comprender que todavía estaba vivo y tenía que tratarlo como tal, lo alimenté cada tres horas, conseguí mantener constante su temperatura y en funcionamiento su intestino, todavía a medio formar.
No he tenido peores sueños que esos días en los que me despertaba cada hora pensando que lo encontraría muerto.

Y un día, abrió los ojos; fue entonces cuando lo llamé Sión.

Seis años después lo miró y me recuerda que jamás hay que darse por vencido antes de tiempo.

martes, 17 de mayo de 2011

Un último consejo

Me miras; me observas como si te conociera, y sin embargo no consigo recordarte.

No logro recordar esos angelicales ojos claros que me miran con rencor, tampoco esa sonrisa garabateada en rojo que parece salida del mismo infierno, pero continúas mirándome, esperando algo, quizás una pregunta o tal vez algún tipo de reacción por mi parte, pero lo observo todo como una mera espectadora, me veo a mi misma petrificada ante ti mientras te observo con cara de tonta mientras tu melena corta y oscura se mueve al compás que le marca el viento que se cuela por la ventana.

Las palabras no consiguen hacerse un hueco entre mis labios; mientras, sólo me queda preguntarme por qué sigues mirándome, ¿por qué lo haces? ¿no te has llevado suficiente?, acaso no me has robado ya demasiado como para necesitar verme sufrir, cómo para esperar una súplica, un lamento o incluso observarme implorando un perdón que no comprendo... no es suficiente con todo esto, ¡qué pretendes, qué más buscas!



Sus ojos abiertos continúan mirándome, parece que quisieran decirme algo que su cuerpo inerte ya no puede decirme, tal vez quiera explicarme la razón de todo esto, o tal vez lo que quiera es dibujarme el pasado en un papel antes de dejar de existir, pero jamás lo sabré.

Un hilo de sangre brota de la comisura de sus labios mientras continúa gritando desconsolado y en silencio, saboreando su último aliento, mientras tú sigues observando en silencio cómo veo morir a mi padre sin ser capaz de mover un solo dedo por él.

La sangre que se escapa de la herida abierta en su pecho me hace retirar la mirada. No me hace falta seguir mirando para comprender que ha dejado de existir.
Te miro; me tienes frente a ti para intentar hacerme comprender, para empuñar de nuevo tu arma y escribir mi final, para hacer lo que quieras hacer, lo que sea que necesites.

Me podrás ver morir, esperar la muerte en silencio, pero jamás me verás suplicar, puedes estar segura de que no te daré ese último placer.

Y ahora solo puedo darte un último consejo: mátame; de lo contrario no dudes que jamás olvidaré tus ojos, serás tú la que un día pruebes el sabor de la sangre y yo la que busque venganza y no requiera palabra alguna.

jueves, 5 de mayo de 2011

Siempre me ha encantado el color rojo

Llevo mucho tiempo ansiando este momento, pero por fin lo he alcanzado, por fin creo haber encontrado mi lugar.
Me siento tan libre que no creo que pueda existir un futuro, y contemplo la vida como un presente infinito en el que no existe un principio ni un final que marquen meta alguna.

Cada pizca de rabia, rencor o de odio han quedado atrás, olvidados completamente. Odio... qué era el odio ¿cómo pude jamás haber odiado si ni siquiera recuerdo el significado de dicha palabra? ¿Cómo es posible odiar cuando eres feliz?

Lo que nadie sabe, lo que tampoco yo querría saber, es que me nutro del aire que respira cada ser vivo, de la injusticia que me rodea y del dolor ajeno para prolongar y hacer posible mi felicidad. Creo poder alimentarme de cada mirada de tristeza y cada lágrima mientras la furia y la agonía me dan la fuerza necesaria para sobrevivir a esta vida eterna que he inventado.

Quisiera encontrar un alimento distinto que el dolor ajeno, de verdad querría hacerlo, pero realmente no voy a intentarlo. ¿Quién se preocupará por mi?, ¿quién caerá en mi lugar?, ¿quién me permitirá volar, quién ser feliz? Prefiero mirar de reojo a la realidad que pegarme con ella de frente, y mientras, caminaré sobre la soledad de este mundo miserable con la cabeza bien alta, como una luz entre la oscuridad para todos aquellos para los que creo ser el centro de sus vidas.



Despierto.
Las risas que escucho a mí alrededor me apuñalan cruelmente, pero a nadie parece importarle. Pasean sus repugnantes miradas de felicidad frente a mí sin querer ver ni comprender lo que están haciendo.
En un momento lo he perdido todo. No soporto lo que estoy viendo, me tiemblan las piernas, caigo de rodillas sobre un duro suelo de realidad.

Durante todo este tiempo he estado intentando evitar pensar en ello; he conseguido bloquear todo tipo de pensamiento referente a este odioso destino, igual que aquel que se niega a pensar que a toda vida le acompaña de la mano la sombra de la muerte. Fui ilusa al creer que no existía un final.

Busco la soledad, pero sus risas me persiguen, cada segundo me hunden mas en un agujero del que ya no sé si será posible escapar. Sus risas retumban en mi cabeza, lo envuelven todo, lo ocultan y destrozan todo por lo que luché.

Cuando creo haber perdido la esperanza, encuentro una sonrisa guardada en un cajón y una esperanza arrinconada en un armario.
Vuelvo sobre mis pasos con la esperanza de encontrar aquellas risas que tan profundamente me hirieron, y ahí están. Algunas se han escondido, tal vez temerosas, pero no es tan fácil esconderse de mi.

Desentierro la sonrisa de mi bolsillo y la coloco en mis labios.
Extraigo después un revolver, apunto y disparo, apunto y disparo, apunto…. y disparo, hasta que no hay a quien disparar, hasta que las blancas paredes se han teñido de sangre, hasta que yo misma noto el olor a sangre, hasta que siento mis manos teñidas de rojo.

Me siento exultante, quisiera grabar para siempre este momento en mi mente.
Siempre me ha encantado el color rojo.